Hace mucho que no paso por aquí. Me disculpo. Leo mucho y escribo poco; se me acumulan libros terminados e ideas. Y la vida, que va a su bola. Cuando pierdes el ritmo una vez y no vuelves enseguida es más difícil retomarlo después y te olvidas de por qué lo hacías.
Vuelvo.
La escritora Clara Obligado dice que la familia es una mezcla de genética y casualidad y que le gusta preguntarse si sería amiga de su hermano si no lo fuera, si lo hubiera conocido en cualquier lugar. Imposible saberlo, supongo.
Yo tenía una tía que te podía llamar imbécil sin despeinarse, darse la vuelta y seguir caminando sin aflicción. Eso sí, si alguien venía e insultaba, por ejemplo, a cualquiera de sus hermanos ella ponía los brazos en jarras, se envalentonaba, lo defendía y terminaba la conversación diciendo: "a mi familia sólo la critico yo”. Qué curiosa lealtad. Me pregunto a quién defendía en realidad y si le sirvió de algo enfadarse con tantos tantas veces en esa elección desquiciante. Para qué.
La familia es el gran tema literario. Quién no ha dicho alguna vez esta frase: “Todas las familias felices se parecen, las infelices lo son cada una a su manera”.
Hace meses leí “Nada es verdad”, una novela extraordinaria en la que la autora, Veronica Raimo, escribe con sarcasmo, cinismo y mucha ternura de su familia. Es un libro emotivo y divertido. También un puñetazo. La tristeza y los duelos nunca son una anécdota.
Me gusta leer sobre familias porque siento que es el quid de todas las cuestiones y porque todos alguna vez pensamos cómo hubieran sido las cosas con otros padres, siendo hijos únicos, primogénitos, familia numerosa. Nos gusta pensar el viaje con las cartas a la inversa. Y sin embargo, imitamos hasta lo que aborrecemos. Así es la lealtad.
Tengo un cajón lleno de sujetadores inmaculados con sus etiquetas puestas, desde la talla ochenta a la cien, de encaje, de satén, con aros, con relleno, con y sin tirantes.
No soy capaz de deshacerme de ellos, en parte porque los regalos son sagrados para mí y siempre temo represalias kármicas, y en parte porque la perversidad de ese cajón me recuerda la intrínseca verdad moral de una familia.
Lo cierto es que tengo un cajón aún más angustioso, lleno de ropita de bebé que mi madre compra para mi futura descendencia, aunque sabe que no quiero tener hijos.
-No lo hago por ti -me dice-, lo hago por mis nietos.
Veronica Raimo es detallista con los lugares incómodos, la decepción y la crítica.
Quién ha dicho que la familia es un lugar seguro. Quién puede pensar que es inocuo.
En mi vida nunca veo el vaso medio lleno. Tampoco medio vacío. Siempre lo veo a punto de derramarse. O no lo veo en absoluto. No hay ningún vaso. No hay nada. Estoy delante de una fea mesita de café y encima solo la nada. La mesita también podría desaparecer. Mejor dicho, ya ha desaparecido. No me queda la ausencia, sino la perplejidad.
La semana pasada vi “La zona de interés”, una película que muestra cómo vive una familia nazi al lado de Auschwitz. Cómo se prepara un picnic. Cómo se bañan los niños en la piscina. Cómo se leen cuentos y se arrullan las pesadillas. Cómo se cultiva un jardín. Qué se hace con los sonidos del otro lado. No puedo dejar de pensar qué pasó con esa familia después. Qué recordaron esos niños. Qué pudieron ser. Qué pensaron de sus padres. ¿Pudieron tener hijos? ¿Amaron a alguien?
Los recuerdos familiares se fabrican en torno a una narrativa que se va construyendo desde la infancia, en la mesa de la cocina, en las historias que nos cuentan, en lo que inventamos para sentirnos parte, en lo que les contamos a los otros. Y eso se estira y se deshilacha; pierde la trama. Hacemos nuestros propios relatos para entendernos o para darnos la razón. Tal vez porque tenemos miedo a crecer.
Me he guardado esta cita de Franz Kafka que leí en el epígrafe de una novela:
Pues somos como troncos de árbol en la nieve. Aparentemente yacen en el suelo resbaladizo, así que se podrían desplazar con un pequeño empujón. Pero no, no se puede, pues se hallan fuertemente afianzados en el suelo. Aunque fíjate, incluso eso es aparente.
Hola Henar, que gusto leerte de nuevo. Ya que vivo en UK, no leo tanto en castellano. Y leyéndote, aprendí las frases: "Ponerse los brazos en jarras" y "el quid de todas las cuestiones". Yo acabo de leer "Devoción" de Patti Smith. Es parte de una coleción que se llama "porque escribo". Y me gustó, sobretodo un cuento en el medio.
Te mando un abrazo y unas hojas verdes.
ione
No parece ser necesario ser amigo de los hermanos, es irrelevante para la condición de fraternidad. Aunque pueda ser hermoso. Besos